La niebla empapa el intermedio,
la tierra tiene prisa en la quietud.
Mientras avanza se espesa la niebla,
la quietud desconoce el tiempo.
Las lunas y los soles
simulan un encuentro,
apenas un dócil resumen
de tantas vueltas olvidadas.
La niebla empapa el intermedio,
la tierra tiene prisa en la quietud.
Mientras avanza se espesa la niebla,
la quietud desconoce el tiempo.
Las lunas y los soles
simulan un encuentro,
apenas un dócil resumen
de tantas vueltas olvidadas.
Nada termina con definición
pues la grandeza surge de la nada.
Sumergidos hasta el pescuezo
nuestras ropas las seca el aire.
La fuerza de la superficie empuja
sobre las pasiones del alma.
Purificada por los elementos,
la vida, así la vida eterna,
la eternamente viva desnudez,
nos ampara al cabo del tiempo.
La reina de espadas solloza,
sorprende su presencia ruda.
El jardín de acero estremece
y los peces anaranjados
bajo las algas esconden su brillo.
A saltos me sumo al vacío
y ásperamente recorro mi vida
arrellanada en el silencio,
he perdido la fuerza de dominio
y me poseo sin dulzura.
Las palabras no escritas son sinceras,
las otras, las otras palabras,
son dignas dueñas de la compasión.
Sonoro sueño un sueño,
la vaca cargada de especias,
la nube blanca y arrugada
entre el mundo y el mundo;
tras la ventana frontera cerrada,
casi siempre mojada, abierta o sucia,
de este lado el hogar,
del otro la ciudad.
Sonoro sueño la ciudad es sueño,
ropa para lavar,
una cama deshecha,
el alegre sofá,
cercanos seres cacharros cercanos.
La soledad está presente
en la conversación del que anda
y me consta que el Invisible,
siempre espera la posibilidad
sin que nadie le lleve,
de ser tan valeroso
como el fiel Solitario.
El principio no importa,
la hoja verde está viva,
mucha gente de ruido y de humo
engruesa el tronco imperceptiblemente,
las flores blancas amarillas
azules rojas y rosadas
para divertirse y gritar,
los bienes animales
huelen la primavera.
El hombre que se quiere
en mariposa se convierte,
las luces de la noche
adormecen nuestros sentidos.
La mujer que se quiere
en mariposa se convierte
sin saber la medida
de las intenciones ocultas.
Se van lejos los sueños
por más sueños que sean
y todos somos ascuas
que no nos consumimos.
Pobres seres nos arrastramos
sobre el cemento y hasta el cuello,
rostros increíbles, pies de piedra,
pobres habitantes de un mundo
considerado propio,
empañado el aliento
de luces y durante siglos,
pobres y por no carecer,
ni miedo ante el reto supuesto
por el aire que respiramos.
Sin miedo, pero cautelosamente
gira la rueda, el camino con ella,
éste es mi tiempo, la luna princesa,
se considera al ser humano,
el sol irrepetible,
éstos los pasos, la cálida tierra
y tan pocas manos abiertas,
el silencio piadoso.
Algunos olvidamos el billete
en el cajón de la mesilla
entre papeles escritos a mano,
otros deambulamos sin ser vistos
donde no había ni soldados
ni expertos en vigilancia nocturna,
sólo que al cruzar la barrera,
todos nos reuniremos al calor de las llamas
o al temblor de las olas
o al susurrar del viento,
todos hambrientos y esqueléticos
de algún que otro alimento.
Ellos, hombre y mujer
al vapor de la luna bienvenidos,
versátiles navegan
por amor a la incertidumbre.
Ellos se dan la mano, humean,
se abrazan entre lagartijas
al compás de la sombra,
corazones a cuestas de ternura.
Ellos, paloma blanca
en los rizos del pelo,
ruiseñor encendido
en las aristas de sus labios.
Nada más mínimo al atardecer,
sino la luz que los envuelve
con el fuego de lo imposible,
nada más grande, nada más.
(A Soledad Calle y Manuel Pérez)
Qué pena, de bondad vacíos
para los otros y para nosotros,
pitidos de electricidad,
las flores se abren a la luz
y que lloremos sin tristeza
mustios dolores casi siempre,
humos ascendentes, qué pena,
a estancarse en el techo,
que no seamos nadie, nadie,
de noche resolviendo crucigramas,
qué pena, números apátridas
avergonzados de nuestra locura,
de día, un ramo de hojas secas,
que la sonrisa se congele
tantas veces babosos, dientes negros,
pieles sucias, qué pena
y qué poco nos pesa la vergüenza.