Trae la noche el velo negro,
velo negro de corazones
desprevenidos por el trueno,
ya cubre el rostro dolorido
de la estatua de sombra blanca:
es niebla su silueta frágil
sobre las piedras de azurita.
Se abre la vieja puerta,
óxidos y crujidos despiertan mi memoria.
No es que la noche fuera tormentosa,
ni que en el pórtico del monasterio
sentará su poder sobre las losas
el hombre vagabundo y su destino,
es que asomada a la ventana
con ojos empequeñecidos,
miraba hacia la luz ruidosa
de aquel letrero luminoso.
¡Cómo saber las horas
consumidas a la monotonía!
¡Cómo esconder los libros debajo de la cama
para que absorban la humedad!
¡Cómo repetir la oración
si no recordamos el pan!
Y ante tanta incerteza escalonada
¡cómo saber quien soy!
