Pero aún sin querernos eramos dos almas solitarias donde no llegaba la ternura de los gestos ni de las palabras. Eramos dos animales encerrados en una jaula de desconsuelo que abierta como estaba nunca nos permitió la salida. Eramos dos rabias, una callada, una ruidosa. Eramos dos torpezas, una rechazada, una anhelada. Eramos dos muros, uno de papel, otro de piedra. Eramos dos corazones, uno bombeando, otro latiendo. Eramos una farola y la llama de una vela. Eramos tantos en dos y la multitud se abría paso para llegar más allá de lo que eramos capaces de caminar, exhaustos y satisfechos. Eramos dos ingenuos deportistas de un juego del que desconocíamos las reglas. Y conste que lo digo porque nos queremos.
