Como no encuentro ningún pez espada bajo las sábanas me convenzo de que no es el mar, además, las sirenas están afónicas y bajo sus escamas hay semen de coral adormecido, no es el océano. No se ven esponjas amarillas bajo la almohada, ni calamares gigantes sobre el armario, comprendo que no es el fondo marino y lo que parecen delfines embriagados son las cortinas blancas envalentonadas por el viento y las caracolas ensimismadas, paquetes de tabaco vacíos y arrugados.
No es mi habitación, no soy yo, no somos nadie, nadie nos dirige la voz desde el lejano cielo profundo y giramos en nuestra potente nave espacial gigante en busca de su voz o de alguna otra voz para compartir su ausencia.
Y tu voz, que estaba a mi mismo lado cerca, me ha abandonado, me ha dicho adiós, adiós, adiós, tantas veces como dura un instante.
Agolpados adioses en la sienes no caben, palpitan, no caben, me hunden en las tinieblas de la historia de mi susodicho pasado, un pasado que no tenía futuro ya antes de comenzar, un pasado puente, un puente de tablones de madera podridos.
Y vuelta a empezar, pero no desde el principio pues principio solo hubo uno y desde entonces espero la oportunidad de poder decirte que todos somos uno y que uno somos todos, por lo demás, creo que ya lo sabías.
Bienvenido al cruce de caminos donde coinciden nuestros presentes.
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