Erase una vez un pez infinitamente pequeño, nació como los demás peces, en el agua, y aunque su existencia era desconocida por la casi totalidad de habitantes del fondo de la playa, una caracola advirtió unas burbujitas sonrosadas que se acercaban a ella con parsimonia: ¿hay alguien ahí? preguntó indecisa, y el animalejo, de puro contento al ser descubierto por otro ser vivo, quiso decir tantas cosas al mismo tiempo que por poco se ahoga, con lo cual no contestó a la pregunta y continuó inadvertido ante su propia sorpresa y la de la caracola que, una vez más, creyó haber visto visiones.
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