Era un pozo bendito. Tirabas adentro una moneda de plata y el agua se volvía de color naranja, recogías buches de agua con las manos y se reflejaban las nubes ardiendo. Los enamorados lanzaban pieles de plátano, la locura del amor, el susto del chasquido y sin mirar atrás se convertían sus ojos en gaviotas. El abuelo arrojaba piedras y las aguas relinchaban, recuerdos de la lejana niñez, hasta un botón de su chaleco estallaba en gotas de cristal. Las mujeres que se acercaban resplandecían en la garganta y como flautas dulces cantaban canciones de doncellas. Era un pozo bendito, alrededor rezumaba el viento, asomaban los rayos de sol entre sus entrañas de hielo y la hierba se alzaba por su aliento.