Había una vez un escaparate en una calle ancha y luminosa, lucía hermoso y ceremonioso cuando los transeúntes se acercaban al cristal a contemplarlo. Al otro lado una muchacha mimosamente se encargaba y paciente esperaba el sonido de la campanilla, aunque hacía ya semanas que nadie cruzaba el umbral, ni tan solo para preguntar el precio de alguna de las mercancías.