A la nevera me asomé por dentro,
el frío mundo blanco
exhaló su aliento en mi cara,
pero no tenía hambre,
tenía ganas de llorar
y qué puerta escoger
para abrir el llanto adecuado.
Los ruidos emborronan la ternura
tan obstinados en sonar
y tal vez un tupido velo
se cruce entre nosotros y mi rabia.
De vuelta, el cielo azul eléctrico
sencillamente era admirable,
desconecté las miradas ajenas
y la propia mirada
de lágrimas bañada,
el sonido minúsculo
de los ojos cargados de conciencia
y el suave despertar
de un arrepentimiento arrepentido.