Oh Dios, no tengo fuerzas
para arrepentirme de nada,
me ofreciste una piedra
por la suerte que sólo es mía,
por unos cuantos millones de células
con los que compartir
tu incesante soplo divino,
me ofreciste tu mundo,
la pertenencia prometida,
invisibles espíritus
tomaron asiento a mi lado,
por eso cuando se estrellaba el agua
contra el suelo lloroso de la fuente,
caducaron los árboles
sus leves hojas secas.
